por Alejandro Díaz Pinto
El Castillo de San Fernando: Noticias de La Isla
La colaboradora isleña del proyecto ‘Limes Platalea’ cuenta las emociones vividas durante su primer día de avistamiento.
Busca el cuaderno de campo pero no lo
encuentra. El día de ayer fue emocionante, aunque también agotador. Toda
la mañana observando desde la torre, en la Loma del Puerco, ¿dónde
estará? Al final aparece como por arte de magia, en su chaleco de
aventura, el mismo que viste siempre que se casa con la naturaleza.
Rocío Palacio, voluntaria
isleña del proyecto Limes Platalea e histórica del Parque Natural Bahía
de Cádiz, amante del entorno que le rodea, vivió ayer el primer día en
la nueva campaña de avistamiento, de este interesante proyecto que se
centra en la investigación, en la reivindicación de la espátula como ave
símbolo de la Bahía. Una especie cuyo salto intercontinental hacia
África -concretamente a las zonas de Mauritania y Senegal- ha sido
misterio por resolver durante casi un siglo, años en los que ha llegado
incluso, a estar en peligro de extinción.
Hace cuatro años, los especialistas Javier Ruiz y Paco Hortas iniciaron un proyecto para arrojar luz sobre el tema, ya que existían indicios de que ésta,
la zona del Parque Natural de la Bahía, podía ser el corredor migratorio
empleado por la espátula para llegar al continente africano, y así fue.
Desde entonces inician, cada verano, su campaña de documentación desde
zonas estratégicas donde voluntarios observan con sus prismáticos y
toman nota de cualquier bando que atraviese el espacio comprendido entre
La Barrosa y Cabo Roche.
Tanto Rocío como Lucas Pérez
-su compañero durante el día de ayer- llegaron al punto de encuentro
hacia las 8:00 de la mañana. Ambos son veteranos, con experiencia, por
lo que en primer lugar analizaron los parámetros de viento, cobertura de
nubes… para apuntarlo correctamente en fichas diseñadas a tal efecto.
Había que establecer el grado de visibilidad. Ya con los prismáticos en
la mano tuvieron la suerte de sorprender a un bando a las 9:34 horas,
procedente de la Bahía, “presentaba la particularidad de ser mixto, es
decir, formado por otra especie además de la espátula”, explica Rocío.
Se refiere a los ‘moritos’, aves de color oscuro que junto a las
anteriores daban la sensación de ver “un dominó en el cielo”, como
apuntó Lucas durante dicho avistamiento.
Luego se separaron unos de otros. Las
espátulas pasaron cerca de la torre, con la luna decreciendo pero aún
inmensa, ofreciendo un espectáculo único a estos voluntarios que desde
primera hora supieron el gran día que les esperaba. Más tarde otro
bando, esta vez de 21 ejemplares, pero la experiencia no quedó ahí,
porque también la fauna marina quiso tener su momento de gloria. En
efecto, hacia las 11:30 horas un conjunto de aletas hacían su aparición
frente al Castillo de Sancti Petri; parecían cetáceos, ¡nada menos que
delfines mulares! “Al principio -afirma- pensamos que se trataba de
individuos dispersos pero pronto nos cercioramos de que formaban toda
una manada”. Algunos, los adultos, saltaban de cuerpo entero. Las crías,
en cambio, sólo mostraban sus aletas, y poco a poco se acercaban a la
costa, justo tras la zona de baño.
“¿Cómo es posible que los bañistas no se dieran cuenta del espectáculo, con la playa llena?” se pregunta Rocío,
quien recuerda a un solo niño señalar con el dedo. “Es una pena que la
gente pague por bañarse con delfines en cautividad y, en cambio, se
pierdan este regalo que la naturaleza ofrece gratis”.
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