Para los que no habéis leído el
libro “La migración intercontinental de la Espátula (Platalea leucorodia)" y en
concreto el capítulo titulado “La migración invisible que estaba a la vista de
todos” escrito por Benigno Varillas os enlazamos otro artículo de opinión escrito
por Juan Carlos Rodríguez y publicado en el Diario de Cádiz el 23 de julio de
2017 donde se cuenta también como fueron los orígenes del proyecto Limes
Platalea.
Javier había ido aquel día a La
Barrosa como otras muchas tardes. Leía tumbado sobre la arena junto a su mujer,
María José. Leía y no escuchaba ni el gentío ni las olas. Ni siquiera veía el
cielo, azul, claro y refulgente, retocado apenas con alguna leve pincelada de
nubes. Ni mucho menos veía ni oía a su mujer: "Javi, mira lo que
vuela…". Javier Ruiz era -es- un naturalista apasionado, devoto ornitólogo
y amante de la historia y de su ciudad. Pero aquel día, como tantos otros,
Javier leía y se evadía del espléndido tumulto de sombrillas, toallas, niños y
veraneantes que se solazaban sobre la espléndida playa. "Javi, mira que no
es normal". Pero Javier no miraba. No le gustaba tumbarse al sol y mucho
menos con tanta compañía. No quería salir del trance y enfrentarse a la visión
de La Barrosa un día de agosto. Un día como cualquier otro de verano, al menos
así le parecía. "Mira, mira". Y Javier acabó por levanta la vista por
no oír más a su mujer. Y no vio nada. Así que miró a María José: "Estaban
ahí ahora mismo, pero a veces parecen invisibles". Ya. Y siguió leyendo.
"Ahí están otra vez, mira". Y entonces volvió a levantar la vista
hacia el cielo. Y las vio: gaviotas no eran; sí, espátulas, un bando volando en
formación ya hacia Roche. Iba a volver a su libro, cuando María José dijo:
"Ya es el cuarto que pasa. Y miran los que vienen detrás…".
María José Morales, farmacéutica
analista, había acabado de descubrir uno de los espectáculos más
extraordinarios que la naturaleza ofrece cada verano sobre la cabeza de los
miles de bañistas de La Barrosa: el paso migratorio de las espátulas (Platalea Leucorodia) hacia África. Ese
día sobre La Barrosa hace siete años, es lo único que acertó a decir Javier
asombrado por el centenar de aves que volaban sobre los miles de bañistas:
"Pero si van en paso migratorio". Y repasó en un instante lo que
sabía de aquellas aves batientes y planeadoras, blancas, con su pico con forma
de pala, una de las abanderadas de la ornitología española: "¿Por qué no
van por Gibraltar?". "¿No cruzaban de noche?". Así que Javier
los días siguientes cogió la tumbona, las toallas, y nada más volver a su casa
de La Barrosa desde el laboratorio de La Banda corría hacia la playa. Nunca
antes había mostrado tantas ganas. También llevaba los prismáticos, el
catalejo, y sustituyó el libro por leer el cielo y contar espátulas: ahí están
otra vez… un bando, dos, tres. Era finales de agosto de 2011. Y llamó a Paco
Hortas, profesor de la Universidad de Cádiz y compañero de la Sociedad Gaditana
de Historia Natural. Y se convirtieron en vigías de sol a sol.
A agosto, le sucedió septiembre.
Y el espectáculo creció aún más. Cambiaron la playa por la Torre del Puerco, y
contaban, anotaban, se entusiasmaban, examinaban los bandos, llamaban a más y
más amigos naturalistas. Sabían que estaban ante todo un descubrimiento: el de
una ruta migratoria, desconocida hasta entonces, desde los Países Bajos hasta
Mauritania y Senegal. La mayor parte de la población europea de espátulas elige
el corredor migratorio Playa de La Barrosa-Cabo Roche para su "salto"
postnupcial a África tras detenerse en las marismas de Doñana o del Odiel.
Javier Ruiz y Paco Hortas -junto a medio centenar de voluntarios del proyecto
Limes Platalea, que pusieron en marcha en el verano siguiente- han llegado a
contabilizar entre 10.000 y 15.000 aves cada año, entre finales de julio y
principios de octubre. "Ha habido días de dos mil", admite Javier
Ruiz. Entre la primera campaña en 2012 y la del año pasado, 2016, el proyecto
Limes Platalea ha examinado el vuelo de más de 60.000 espátulas. "Lo mejor
es que ese extraordinario espectáculo de la ornitología sucede sobre la cabeza
de miles de bañistas", como afirma Javier Ruiz. Y que, como él aquel día,
no levantan la cabeza. Pero lo que sucede es único.
Oír a Javier es contagiarse de su
entusiasmo. "Las hay que vuelan a ras del mar y las olas, las hemos
bautizado 'espátulas espumadoras', como se llamaban a las barcazas de los
piratas berberiscos que camuflaban su vela latina con la espuma del
oleaje", explica. Hoy, apenas siete años después, hasta en Holanda han
admitido esa denominación y el asombro por el proyecto Limes Platalea.
"Limes", de frontera en latín, como referencia a Europa y África,
pero también como reivindicación de Chiclana, Conil, Vejer, los escenarios
migratorios, como extraordinarios espacios onitológicos. Y "Platalea",
en alusión al nombre científico de la espátula (Platalea leucorodia). El eco -y
el reconocimiento- ha sido extraordinario. Y no solo por la inquebrantable
capacidad movilizadora de sus coordinadores, Javier Ruiz y Paco Hortas, hoy
presidente de la Sociedad Gaditana de Historia Natural, sino porque ha
convertido La Barrosa también en meca del potente turismo ornitológico y
científico. La espátula como seña de identidad. Aquí, al pie mismo de la playa
de La Barrosa, junto a las marismas de Sancti Petri a las antiguas salinas del
Parque Natural de la Bahía de Cádiz, es donde comienza la "gran
Doñana", aquí donde miles de bañistas retozan cada día, ajenos a las
escuadras de espátulas que empiezan a volar sobre sus cabezas. Excepto Javier,
Paco y su tripulación de voluntarios, de nuevo entusiasmados en la Torre del
Puerco. El gran espectáculo comienza otra vez.
Enlace al periódico: Espátulas, sol y playa
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