No deseamos
hoy disertar sobre el motivo por el cual las espátulas son blancas. Pero es
probable que en un ave que pasa la mayor parte de su vida en aguas salinas y someras,
con gran capacidad calorífica (alta inercia térmica), la casi permanente
reflexión de la luz en las mismas (todo ello en latitudes habitualmente cálidas),
la termorregulación sea el “modelador
evolutivo” de esta manifestación fenotípica. Siendo blancas, son reflectantes y el mecanismo de intercambio
térmico parece evidente, sin olvidar otros como la conducción (exposición del
cuerpo con una superficie de diferente temperatura, aire o agua), convección
(exposición al viento) y la radiación (emitir o recibir pasivamente energía radiante
por la diferencia entre la temperatura del ave y el ambiente) y la evaporación
(perdida de calor por el vapor de agua del aire exhalado en la respiración).
Pero lo que
nos ocupa es llegar a un hecho en el que coincidimos todos los observadores del
Limes, veteranos o no, así como nuestros visitantes. Cuando detectamos un
bando, las espátulas desaparecen por
momentos de nuestra vista, ya sea cuando están en la lejanía o cerca. A veces, solo
las podemos ver cuando las tenemos sobre nosotros. O las vimos pero desaparecieron
sin saber por donde se marcharon.
Tenemos una
aventurada teoría que podría explicarlo.
Las
condiciones de luminosidad en la
costa de Cádiz y más donde nos encontramos, en la cercanía de la Bahía (un “espejo”
de aguas permanentes de más de 15.000 ha.) son excepcionales. Pero a esta hay
que sumar la permanente humedad de
las neblinas costeras o de brumas (la evaporación en el encuentro
de las masas de aire frío del océano
bajo el aire templado del interior). Ambos factores hacen que la reflexión
de la luminosidad sobre el ave y la
humedad en funciones de infinitos micro espejos -modifique la visible dirección
natural de la luz, haciéndolas invisibles al ojo humano-. Es el mismo principio
en que se desarrollan las modernas patentes del camuflaje militar más avanzado.
Por otro lado, el hecho también de que nos vengan de frente, en su perfil al
viento más discreto, complica la detección. Más si como en esta campaña de
frecuentes vientos del este, las aves vienen altas y en la interfase de brumas/cielo
despejado (+ 100 m.), es decir cuerpos blancos sobre un entorno muy
blanquecino.
Es curioso,
pero detectar espátulas en la distancia es más bien una suerte de “telégrafo
óptico”, donde esperamos poder verlas en una de las evoluciones formales del
bando para que nos faciliten observar su dorso. Así, nos espetamos unos a otros
“las vemos… ahora no las vemos...” Afortunadamente al progresar los bandos, la
misma luminosidad que nos las ocultaba, pronto nos da un contraluz más o menos
acusado que las delata.
En todo caso,
estos detalles de campo que os contamos son unas de las particularidades que
repetidamente nos hacen decir, que ver las espátulas migrar en este corredor,
no se parece en nada a lo que en otros sitios con presencia de espátulas
podréis contemplar.
Una vez más,
estamos abiertos a enmiendas y aportaciones que nos hagan más certeros en estos
complicados aspectos de la ornitología descriptiva de esta migración.
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